Por Luis Rubalcaba, Catedrático de la Universidad de Alcalá
En plena crisis de salud pública y el terrible drama que asola gran parte del mundo, propongo algunas reflexiones sobre la crisis económica que la acompaña y que permanecerá un tiempo, una vez el virus haya desaparecido o esté controlado. Pretendo ofrecer preguntas antes que respuestas. Me parece que estamos en un tiempo de preguntas y reflexión, de preguntarnos, de poner las preguntas que nos ayuden a trabajar y construir en la dirección de sacar lecciones aprendidas, juicios que ayuden en nuestro quehacer económico, tan lleno de incertidumbres hoy. No propongo decir cómo saldremos de esta situación ni hablar sobre las mejores políticas para hacerlo. Ya lo haremos más adelante y habrá mucho tiempo para eso. De momento, se trata de unas reflexiones con cuestiones de fondo.
- Caída de evidencias y un parecido con la crisis de 2007-2011
- El mundo ya ha cambiado, ¿y nosotros?
- El futuro de la tierra, el trabajo y el capital: los recursos del cambio
- Los protagonistas del cambio
La crisis actual supone la caída de la última de las evidencias económicas acumuladas desde los tiempos de paz de mitad del siglo XX hasta hoy: ya no existe, se ha dicho, ninguna guerra que ponga en peligro nuestra vida y nuestra economía de modo generalizado; afortunadamente las guerras mundiales son cosa de tiempos pretéritos, así como las epidemias y pestes globales eran propias de siglos atrás, y la mala llamada gripe española termino hace justo un siglo. Es como si desde mediados del siglo XX el mundo siempre caminase en una senda de bienestar que ni siquiera el terrorismo del 9S y del 11S o los conflictos armados que han jalonado el devenir reciente de muchos países en desarrollo, guerras del Irak y de Siria incluidas, han conseguido cuestionar la “evidencia” de que se podía vivir el propio trabajo y la economía sin miedo a las viejas crisis. Pregunta:¿Por qué tendemos a pensar que el mundo y la economía transcurren hacia un progreso lineal, siempre hacia mejor? Los tiempos remotos parecen haber vuelto. Un siglo después de 1918, un nuevo virus sacude al mundo a una escala nunca vista en la historia reciente. La crisis del Ébola y de otros virus parecía mostrar la fortaleza del mundo desarrollado capaz de contener fuera de sus fronteras incluso las epidemias más virulentas. Pero la actual crisis muestra que el éxito pasado ante el ébola no fue el resultado de nuestra fortaleza como sociedad, sino de la debilidad ante aquel virus, incapaz de transmitirse a gran escala y de viajar de modo asintomático en pacientes durante semanas. Ya lo profetizó Bill Gates en 2015, esto podía pasarnos y no estábamos preparados. Seguramente teníamos que haber invertido más en investigación e innovación para luchar contra pandemias. Hoy la pandemia tiene rasgos más parecidos a la de 1918 que a la del Ébola, y la economía se enfrenta a una reducción del PIB muy sustancial, la OCDE predice un 2% de reducción por cada mes de confinamiento. Pregunta: Pero lo no hecho, no hecho está. Y ahora, ¿qué?
Todo el mundo dice que esta de ahora es una crisis económica única y corto plazo, de oferta y de demanda, nada parecida a la de las crisis anteriores. Y en gran medida es correcta esa afirmación. Los desajustes económicos de 2007 no están en 2020, aunque, ojo, que ciertas correcciones se están haciendo por debilidades no bien curadas aún, que manifestó la crisis anterior y que nos hacen débiles antes crisis como esta, ¿se curó bien la burbuja inmobiliaria? ¿Se han saneado ya completamente los balances? ¿Se ajustaron los excesos de deuda a las posibilidades de devolución? ¿Siguen los valores bursátiles la evolución de la economía real? Algunas de estas respuestas no son precisamente positivas y por eso nacen algunas de las correcciones que ya estamos viendo.
De esta crisis se espera que sea muy aguda, pero al mismo tiempo, una reacción rápida, una vuelta a la normalidad rápida, una recuperación en forma de V: caída libre con la crisis del coronavirus, recuperación rápida tras la muerte o control del virus. ¡Ojalá sea así!
Pero existen algunos parecidos entre ambas crisis. El más importante es que entonces se cayó la presunta evidencia de que el valor de los inmuebles y de muchos activos no podía solamente subir y subir, y que el sistema financiero no podía colapsar como lo hizo. Esta evidencia cayó, igual que ahora cae la evidencia de que el mundo no puede parar de producir y crecer nunca: ahora vemos a gran parte del mundo de “baja por enfermedad forzosa”, toda actividad económica parada, superada por un virus de alta letalidad. Y nuevamente nos vemos impelidos a pensar más en el largo plazo.
Al igual que la crisis de 2007 supuso la crisis del cortoplacismoen parte del mundo financiero, en el endeudamiento sin control de todo el mundo (gobiernos, empresas, particulares), en los organismos reguladores y políticos miopes que midieron mal problemas latentes y sus impactos e hicieron políticas económicas inadecuadas, la crisis actual de 2020 supone la crisis de un cierto modelo de crecimiento que excluye situaciones como las de la pandemia actual. A nadie le interesa gastar a invertir para prevenir algo que puede tardar 100 años en volverse a repetir (¡100 años sí que es pensar en un largo plazo!). Obviamente este gasto e inversión correspondería a los gobiernos, ya que es posible que no existan mercados cuyos productos se usen a tan largo e incierto plazo. Los gobiernos tendrán que pensar en un largo plazo que seguramente no dará muchos votos cuando pasen unos años de la crisis. Además de prever cambios regulatorios que permitan afrontar las situaciones tan terribles que también la economía y el mercado de trabajo está sufriendo.
Pero no solo los gobiernos tendrán que actuar. También las empresas, una vez puedan superar el golpe actual, tendrán que establecer protocolos y formas de actuar que les permitan enfrentarse a situaciones como la actual, sin que les pille desprevenidas y sin previsiones ni provisiones. Y las personas individuales y las familias también deberán tener en el rabillo del ojo que hay que construir de una determinada manera las relaciones sociales y familiares para momentos de crisis como el actual. Nadie podrá actúa como si esto no hubiera pasado. La crisis apela a una unidad y una construcción común dentro de cada ámbito, unidad que no se construye de la noche a la mañana.
Nuevamente más preguntas: cuando estamos llamados a vivir el presente dando gracias por la vida que se nos da cada día, también surge la necesidad de construir en el medio y largo plazo, en aquellas acciones que no conllevan beneficio monetario inmediato, pero generan relaciones e inversiones para el bien de todos, para la casa común. Las preguntas son claras: ¿hemos aprendido lecciones de la crisis anterior que nos permitan superar la crisis actual? ¿Cómo se generan relaciones sociales y económicas fuertes que miren al bien común, por encima de los intereses inmediatos o meramente lucrativos? ¿Qué o quién puede construir a largo plazo en una sociedad para que las siguientes generaciones vivan agradecidas por el legado de la actual, donde la crisis del coronavirus suponga un salto cualitativo en nuestra forma de hacer las cosas bien?
Tras esta crisis, el mundo ya ha cambiado, ¿y nosotros? Esto me escribía ayer un amigo mío desde México, asustando por lo que está llegando en el COVI19. Seguramente algo ya ha cambiado en nosotros. Con gran parte de la población mundial obligada a teletrabajar, y con muchos que se han quedado sin trabajo o con su puesto de trabajo en el alero, estamos llamados a no permanecer quietos. Del mismo modo que una vocación y generosidad encomiable lleva a muchos trabajadores de la sanidad y de otros servicios a dejarse la piel, y literalmente la vida en ocasiones, para responder a la pandemia y a luchar por la supervivencia, también hay algo dentro de todos nosotros que, aún confinados en nuestras cosas, nos obliga a “salir” de una manera u otra, a responder a lo que está pasando, aunque no sepamos cómo. Pregunta:¿Alguien es capaz de decir cómo saldremos de esto? La economía doméstica y familiar ya ha cambiado. En tiempos de confinamiento nos vemos racionalizando más los recursos, moderando nuestro consumo, obligados a trabajar y a vivir pensando en la salud y en el bienestar de todos los que nos rodean con sus whatasspsy todo tipo de modernos modos de comunicación. Paradójicamente, en tiempo de confinamiento, nunca se había estado tan en contacto y de manera tan fácil. La conciencia de sociedad que lleva a aplaudir a los sanitarios por las tardes desde las terrazas y balcones es la conciencia que nos lleva a estar inmersos en nuestros móviles buscando la compañía de quienes están luchando en esta nueva guerra contra un enemigo invisible. Luchamos contra un enemigo invisible que requiere de rostros visibles, necesitamos reconocer a nuestros compañeros de batallón, y necesitamos estar juntos y que nadie se quede atrás, especialmente nuestros mayores. Es nuestro modo de salir de la trinchera. Estar confinados no nos basta para ganar la guerra. Sentimientos y gestos de solidaridad que se multiplican estos días, como los de aquellos que en estos días están dando físicamente su vida por otros. Ya algo está cambiando en muchos, tantos que salen de trinchera a luchar con el teléfono o las videoconferencias, aunque no salgan de su casa. Pero, cuando pase esta guerra, muchas preguntas, ¿entonces qué? Con un economía en recesión, empresas cerradas y trabajadores desempleados, ¿cómo saldremos de esta? ¿seguirá viva esa nueva conciencia social que permita una construcción social de la vida y de la economía más humana, más solidaria y más justa?
La economía es la forma de cuidar el orden de los recursos limitados adaptados a nuestros deseos ilimitados, siendo tres los recursos que tenemos que definitivamente cambiarán tras estos días de crisis con el coronavirus: tierra, trabajo y capital, dicen los manuales básicos de economía.
La tierra es el espacio, es el planeta, el lugar donde trabajamos que también cambia. Este lugar ha cambiado nuestra casa hoy más común que nunca. Muchos han descubierto que trabajar desde casa es posible. Y conciliar trabajo y vida privada desde casa también, aunque muchas veces no sea el lugar ideal y en determinadas profesiones no sea posible trabajar a distancia. En la agricultura y la industria no lo es. Y en muchos servicios personales como el comercio tampoco. Pero hay muchos servicios a la producción donde sí es posible. Es muy posible que el teletrabajo crezca y mucho tras esta crisis. Y que el tiempo de trabajo en la oficina o el lugar físico sea más productivo, más intenso, más aprovechado. Y también será más respetuoso con los recursos naturales del planeta. Lo que parece claro es que nuestro entrono y lugar de trabajo se transforma, pregunta,¿cómo será nuestro espacio de trabajo en el futuro?
Trabajo, nuestro trabajo, el centro del quehacer económico, también sale afectado con la crisis.En primer lugar, el mercado de trabajo va a ver surgir muchos retos, el del paro el primero de ellos, de modo que las sociedades puede que tengan que abrirse a lucha contra el viejo conocido enemigo que nunca muere: el paro. Y con este enemigo, los mercados pedirán más flexibilidad. Por otra parte, los nuevos trabajos valorarán más la inteligencia para adaptarse a los nuevos retos, el de la flexibilidad y el de la formación para ofrecerse a trabajar en entornos más inciertos. Las crisis siempre obligan a reinventarse, a volver a salir. Para ello la formación y la educación en su amplio sentido son fundamentales. Tenemos que educar y formar en espera de crisis como esta. Tenemos que no huir de mirar a la cara al derrumbe del mundo seguro y, por el contrario, tenemos el reto de transmitir la pasión por vivir cada instante del presente, por aprender todo lo grande que ofrece el mundo a través del saber, de la ciencia y de la verdad detrás de cada realidad. El trabajo de los profesores y docentes creo que puede cobrar una dimensión más auténtica con la crisis, más capaz de poner las preguntas justas y de educar uniendo contenidos, habilidades, destrezas y afectos alrededor de una curiosidad atenta por crecer en el saber y en el saberse en esta sociedad, trabajando con otros por la construcción de la casa común. Pregunta:¿Estamos seguros de poder afrontar una nueva forma y cultura del trabajo que requiera nuevos retos educativos y formativos?
El capital, la tecnología, resulta clave en la gestión y en la salida de la crisis económica que se avecina. Igual que la crisis nos permite tener un confinamiento en conexión con otros, la tecnología va a ofrecer nuevas opciones para trabajar, nuevos puestos de trabajo para nuevas soluciones a los problemas del mundo. La tecnología, y los servicios a ellas asociados, suponen el nuevo capital para afrontar la economía tras el virus. Igual que el Big datase va a utilizar para predecir nuevas crisis y evitar en lo posible pandemias o permitir respuestas más ágiles anticipándose a los problemas, y un seguimiento de los contagios más certero, todo el mundo del trabajo se va a volver más digital, más tecnológico, al tiempo que más interconectado con el resto de la sociedad. El trabajo va deberá tener en cuenta mucho más las innovaciones tecnológicas y las no-tecnológicas. Pregunta:¿Seremos capaces de sacar partido a toda la innovación que necesitamos para responder a las crisis?
Y de los gobiernos, ¿qué se puede esperar?Antes una crisis que combina oferta y demanda, que es compleja y que no deja a nadie indemne, las soluciones de mayor gasto para afrontar la crisis que se avecina son absolutamente necesarias, pero seguramente insuficientes. La fortaleza en la salida de la crisis no vendrá de los gobiernos, vendrá de las personas, de las familias, de las empresas, entidades públicas y organizaciones del tercer sector, en su capacidad para entender los nuevos retos y adaptarse a ellos. Los gobiernos tendrán que ayudar a una necesaria transición, más allá de solventar o ayudar a solventar los problemas a corto plazo. Pregunta obvia: ¿Serán capaces los gobernantes de promover y acompañar la recuperación?
Para volver a construir en la economía hará falta un nuevo impulso personal y social, protagonistas capaces de librar batallas, sin el miedo paralizante a lo desconocido y a las crisis.Para ello, para no tener miedo a perder, para disponerse a arriesgar en el trabajo o en el emprendimiento en un contexto de crisis, preguntas finales, ¿qué se necesita? ¿Quién tiene capacidad para arriesgarse en una época de crisis? ¿Quizá predominará un miedo paralizante a perder lo que esta crisis ha tambaleado o lo que nos queda? ¿Y si necesitamos emprendedores con la conciencia de que en la vida ya se tiene todo de manera que se puede arriesgar sin miedo a perder nada de lo esencial?